sábado, 26 de mayo de 2007

El seminario y el licenciado LS

Los últimos dos días han sido muy buenos; me he sentido animada y se me ha levantado la nube de aborrecimiento (algo así como la del Sahara) que llevaba desde hace un mes encima (creo que este diario también ha surtido un efecto purificador en mi ambiente personal). Jueves y viernes tuve la suerte de participar en un seminario auspiciado por el Tribunal Federal para el Distrito de Puerto Rico, sobre primera enmienda y evidencia, ambas conferencias impartidas por “eminencias” jurídicas de universidades de E.E.U.U. Los dos estuvieron excelentes, para mí realmente estimulantes, educativos y útiles para la práctica. Siempre me ha gustado aprender, aunque no necesariamente con el fin de aplicar los conocimientos adquiridos; me gusta consumir conocimientos como chocolates, quesos o vinos, probando todo por curiosidad y por placer, sin otro motivo ulterior que el puro hedonismo. Eso del “mejoramiento profesional” y acumular seminarios para el resumé, hábitos arraigados de los corredores del “rat race”, a mi me importan un fifí (un aparatito así).

Anyway, después de firmar la hoja de asistencia, llegué calladamente al salón del seminario y me senté en la primera fila, que es donde único me gusta estar por que soy muy corta de vista (o sea, cegata), y además me agrada tener al conferenciante en las mismisimas narices y no perder detalle de nada. Yo no acostumbro en ningún escenario de muchedumbre profesional, buscar desesperadamente de quién pegarme para hablar y dar palique; en parte por timidez, y en parte por que me aburre soberanamente el “small talk” forzado que se da en ese tipo de evento; tengo cero habilidad y menos paciencia para el consabido “networking”; y el “brown nosing” y lambeojería de algunos con los jueces o con los conferenciantes me asquea. Siempre he sido introvertida, y no me aterra, como a tantos, por ser ya parte de mi identidada, que me vean sola en una esquina pegada de un libro, que es lo que me gusta y lo que me dedico hacer en las esperas y los breaks, o “people watching” que también me entretiene mucho. No obstante, por obra y gracia del destino, siempre aparece quién le tumbe la oreja a uno para bién o para mal; entre viejos conocidos, que en este país tan pequeño y en ese tipo de círculos somos casi todos, colegas de ocasión que saludan por compromiso, y los ansiosos por saludar a cualquiera con aire de políticos en campaña, por más que uno se pegue al libro y trate de esconderse, resulta inesquivable pasarse un buen ratito siendo urbano y hablando banalidades. No obstante me alegré mucho, debo confesar, que viniera a saludarme cariñosamente la jueza C, que me conoce “de atrás”, de los años que trabajé en la oficina del pintoresco licenciado que es su esposo. Siempre la he estimado por su humildad y campechanía (no sé si esa palabra existe), quiero decir “good nature”, “down to earth”yness. Por mi propia aversión a la peinilla, siento mucha empatía y rapport por las mujeres que no se peinan. Y claro está, además respeto mucho a la jueza por su inteligencia y seriedad, sobre todo por que no hace gala de ellas ante gente como yo, “non-descript” y sin nada de alcurnia, nombre o rango de tipo alguno. También me alegró saludar a su hija, abogada igualmente, pero que a diferencia de mí siempre ha sido una auténtica “hippy”, fiel a sus preceptos (yo era medio “fakey”), que acercándose a la cuarentena mantiene incólume en su fidelidad a las túnicas indias, los pelos enmarañados, las causas perdidas y la nueva trova. Tenemos como dicen en España, "muy buen rollo".

Estaba también entre los asistentes, mi jefe el licenciado S, y uno de sus hijos. No tenía, demás está decir, ni chispa de ganas de sentarme con él, pues gran parte del propósito de este tipo de actividad es, para mí, “getting away from it all”, un "oasis" en el desierto del trabajo, y pues, sentarse a lado del jefe de uno por dos días enteros creo que derrota ese propósito. Además, tengo la impresión de que sentarse al lado mío por dos días tampoco es “the idea of a good time” para el licenciado S, y no me cruza a mí por la mente imponerle mi presencia; aunque varios me han asegurado que es errónea mi impresión de que yo no le caigo bién al licenciado S, no puedo sacudirme la sensación de que la, llamémosle “incomodidad” es mutua. Anyway, además él se sentó bastante atrás, y como ya dije, eso no me va bién a mí. No obstante, tampoco es cuestión de ignorarlo, que sería una actitud realmente cromañona, a parte de que sinceramente, y a pesar de los pesares, yo le he desarrollado cierta especie de cariño y lealtad al licenciado S, con distancia y categoría, por supuesto, pero de modo que no me resulta oneroso reconocer su presencia y estrecharle la mano, aunque no mucho rato. Por tanto, al divisarlo al otro lado del salón, me fui para allá rauda y veloz a cumplir con mi deber.

El licenciado S, quién voy a aprovechar para describir, es, como dije antes el “head honcho” de la oficina, sino en términos de su participación monetaria en el partnership, al menos ostensiblemente. El fue quién me contrató a mí en el bufete. De entrada, mientras me sentaba derecha como una regla en su “corner office” durante la entrevista de trabajo, tratando de poner cara de candidata ideal, me pareció que era un señor súper serio y ultra formal, tal vez por la barba blanca de prócer y el lacito en el cuello que le gusta lucir, que lo hacen parecer un retrato de un renombrado ancestro de la familia. Y supongo que por la docena de fotos de él con “assorted politicians” que adornaban las paredes de su oficina, también tuve la impresión de que era una persona que “put a lot of stock by” (o sea que le daba mucha importancia), a las conexiones con las esferas de poder, y a la prominencia social o profesional de la gente, cosa de la que yo carezco por completo, y de la que espero mantenerme ajena hasta que me vaya de este mundo calladamente sin que nadie se de cuenta (“keeping a very low profile” y permanecer en el absoluto anonimanto es una de mis metas en la vida).

Algo en sus no muy abundantes palabras y su tono agrio me hizo pensar que no era muy expansivo en su gestión supervisora. O sea, que como jefe no parecía ningún guineo niño. El remate a mi impresión fue cuando, una vez había aceptado el trabajo, al preguntarle cuál era el proceso de “phase in” del bufete, abrió la puerta de una oficina llena de cajas de files y me dijo: “ésta es su oficina, esa es su computadora,esos son sus expedientes, póngase a trabajar”. "End of phase in".

Como dije antes, yo siempre he tenido un lado flaco para los jefes hombres; no sé porqué, me siento atraída a ellos “in a general way” como figuras edipales (no sé si esa palabra existe), y compelida a complacerlos y a buscar su aprobación; y me parece que en gran medida históricamente lo he logrado, y la mayoría de las ocasiones he desarrollado una relación estrecha y sentimental con mis jefes, aunque nunca ha trascendido de lo platónico (con alguna que otra fantasía). Con el licenciado S me ha costado, porqué se ha mantenido, durante estos dos años que llevo en su oficina, en mi opinión, totalmente distante y “aloof”, en una actitud que no he podido interpretar más que como una olímpica indiferencia a la existencia de uno. Y ello, debo decir, no me gusta; creo que mi nivel de satisfacción en un trabajo está completamente vinculado a mi sensación de aprobación y reconocimiento de parte de un jefe a quién siento cercano e implicado a nivel personal conmigo. Cuando tengo eso, aunque me pague una porquería, me siento entusiasmada y se me hace fácil el trabajo; por dinero baila el mono y por amor yo me paro de cabeza. Si me ignoran, caigo en un total letargo y me cuesta implicarme personalmente en cualquier tarea.

Recuerdo que siendo yo aún estudiante, el licenciado pintoresco, a quién yo adoré, me encomendó una apelación interlocutoria al Supremo, para uno de sus clientes más importantes, el Dr. K. Yo lo redacté en su totalidad y el simplemente firmó, sin revisar nada, porque así ear él, tal vez no muy diligente, pero confiaba ciegamente en mí. Un buen día llegué yo de la universidad al trabajo, y me encontré con la determinación del Supremo, dictada a favor de nuestro cliente, en mi escritorio, con una nota del licenciado que decía “Enhorabuena, niña (siempre me decía niña) su primera victoria en el Supremo”; y ese tarde me llevó a cenar al Zipperle, como si hubiera sido un “big deal”. Diablos, casi lloro recordándome de eso.

Anyway, iba a contar a hora algo de sexo. Pero ya será esta noche porque tengo que preparme para llevar a nene a los Boys Scouts.

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