viernes, 18 de mayo de 2007

Mi trabajo

Pues mientras escribo ésto estoy en el trabajo, al menos físicamente. Trabajo en una oficina, un bufete de abogados mediano, en la llamada "Milla de Oro", nombre rimbombante y del todo "misleading" con que los grandes intereses han autobautizado el área que ocupan sus sedes en el pequeño y modesto distrito bancario que ubica en Hato Rey, Puerto Rico. Un día de éstos hablaré de la Milla de Oro, y de la cultura y los hábitos de sus habitantes, pues es un fenómeno curioso (al menos para mí que estoy aquí metida) y objeto de análisis y comentario frecuente entre los pocos con que intercambio impresiones de vez en cuando.

Uno de mis más asiduos "nightmares" cuando era estudiante de leyes fue terminar en un sitio como "The Firm", (diablos, me daba más miedo que las películas de Kruegger), realmente me daba pánico imaginarme parte de un ejercito de trapadores prepotentes, "one track mind combatants" mujeres en pantyhose y "blazer" y hombres trajeados de gris o azul marino, "briefcase" en una mano, celular en la otra, rodeados de columnas de papeles, printers, computadoras, archivos, laptops y blueberries, llevándose el mundo por delante catapultando "footnotes" de reglamentos y letras pequeñas de contratos, etc. Ya me entienden.

Yo en esa época era medio hippy, sino por convicción al menos por estética, y usaba batas tie die, trencita en el pelo desgreñado, chancletas Birkenstorks de cuero, y mochila vieja con la cara del Che Guevara. No tenía ni p-ta idea de lo que quería ser cuando fuera grande (aunque ya tenía los 21). Sólo sabía que quería viajar y postergar hasta lo máximo mi inevitable entrada en el "rat race". En Leyes me entretuve bastante, me gustaban algunas clases, en otras dormía ricas siestas al compás de las voces somníferas de los profesores, y me enamoré "a lo adivino" como de costumbre y sin nada de suerte, de varios profesores y compañeros. Bueno, pero me he ido del tema: mi trabajo. (Otro día hablo de Leyes, lo prometo.)

El caso es que siendo estudiante no desee ni en mis etapas más masoquistas, litigar, y nunca me visualicé en un bufete. De hecho la palabra "bufete" era suficiente como para que entrara automáticamente en lo que en P.R. se conoce como "brote sicótico". Nunca me afané como tantos compañeros, en colocarme en ese codiciado "internship" de verano de McConell, ni solicité inflada de ambiciones el anillo dorado del "clerkship" federal. El primer verano, haciendo resistencia a las presiones familiares para que adelantara mis prospectos profesionales, pude "get away with" no hacer gran cosa de nada, trabajitos pendangos del mínimo federal y viajar a Europa de backpacker. Ya el segundo año fue más difícil evadirme, y a regañadientes terminé en una oficina pequeña de un "solo practitioner" de pintoresca trayectoria profesional, aficionado a la radiolocución y al comentarismo político criollo. No tengo reparo en admitir (al menos aquí) que llegué a querer tanto a mi jefe en esa época, y que figuró prominentemente en mi lista de "amores a lo adivino". No es atractivo, lo sé, en el sentido convencional de la palabra, y habrá muchos, quizá la mayoría, que opinen que su redonda figura es más bién francamente fea, pero la fealdad nunca ha sido un disuasivo para mis infatuaciones fulminantes. El olor a colonia de sándalo, la cuál utilizaba el licenciado en grandes dosis, todavía me hace elevar par de pulgadas si me asalta de repente, y recordar las horas dulces en que le cargué el maletín en sus reuniones, o le pasaba papeles en el Tribunal federal cuando iba a defender criminales irrepentos y marantudos. Diache, que mucho quería al licenciado. Pero otro día hablaré más de esa época.

Ahora, muchos años después de eso, tengo tres jefes, los tres por supuesto abogados. Yo siempre he tenido debilidad por los jefes, supongo que es un complejo de Edipo no superado. Anyway, tengo que cortar ahora porque debo hacer un trabajito antes de irme. Por el tema de la facturación, del que hablaré también en su momento.

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