jueves, 24 de mayo de 2007

Mi Trabajo Parte II

Hoy (más bién ayer) fue uno de esos días (gracias a Dios infrecuentes) en que me tocó en suerte ir a almorzar con el jefe (uno de ellos, el que más se proyecta como el “head honcho” en términos de supervisión). Yo siempre he tenido como costumbre almorzar sola solina con un libro, en cualquier etapa en que he tenido “hora de almuerzo” – pues por lo general como a horas intempestivas, cuando me pica el hambre, y soy muy poco ortodoxa en mis gustos ingestivos, ignorando por completo los milenarios hábitos alimentarios occidentales, me inclino a desayunar lasaña del día anterior, arroz chino, empanadillas de pizza o cheeseburgers con papas, y gran parte de mi vida he cenado cornflakes con leche, pancakes y huevos fritos. Comer sola es relajante, es un mini-retiro del trajín del trabajo a un mundo privado de escape mental, mientras que comer en grupo, sobre todo si esté el jefe, las más de las veces puede resultar todo lo contrario: un ejercicio en manejo del estrés. Hay que estar pendiente de que no se le caiga a uno la servilleta, o le meta el codo al comensal del lado, hacer selecciones de “buen gusto” al ordenar (para que no digan, “fo, mira lo que le gusta comer a la jíbara ésta, y que corn beef”, y uno para sí mismo “si es que me gusta el corn beef más que el filet mignon”, “Dios mío que cafrería”, o “no ensalada de langosta no, mejor los nachos con queso”, “Diache, sin comentarios”), poner cara de “connossieur” a la hora de pedir vinos (“Señorita, va a tomar el merlot, el cabernet, el tempranillo o el beaujolais nouvea,que es el que recomendamos”, y uno “?what the heck?”), manejar apropiadamente los dichosos cubiertos (ya dije que prefiero los dedos), comer con la boca cerrada y tratar de no tumbar nada en la mesa, todo mientras se trata de mantener conversaciones agradables e inteligentes, y limitar cualquier impropiedad de esas que tan espontáneamente se le salen a uno de la boca sin querer y le arruinan completamente su carrera profesional.

Anyways, en el trabajo que tengo ahora, en el que cumplo dos años este mes (?porqué me siento aún como un “outsider”?), hay afortunadamente, un magnífico grupo de compañeros contemporáneos que me dan el “feeling” de estar de vuelta en mi clase de derecho. La “jerarquía” en la oficina, si es que se le puede llamar así, es “two tiered”, estando arriba y en el mismo nivel los partners, y abajo el resto de los abogados, sin gradaciones, al menos oficiales, entre ellos. O sea, tipo los caciques y los naborias. Yo en mi mente simplemente los clasifico entre “los viejos” y los “jóvenes”. A parte, hay una escisión no oficialmente sancionada, pero universalmente reconocida, entre dos bandos del personal, ya que el bufete es producto de la fusión de dos bufetes cada uno con su historia y cultura oficinesca de más de 30 años de trayectoria. La fusión jurídico-formal que se plasmá hace casi tres años nunca se ha consumado en la práctica, por lo que, con contadas excepciones, los del lado “de allá” (el ala norte) y los del lado “de acá” (el ala sur) se mantienen cada uno en su territorio, y hacen lo máximo por ignorarse cuando la inevitable convivencia los hace encontrarse en las áreas comunes. Para mí es funny la forma en que esta frontera invisible se ha podido mantener, de hecho, al parecer se ha trabajado constantemente por mantenerla. La gente del lado “de allá” dejaron, dicen ellos (suspirando mientras pierden su mirada en la vista panorámica de Santurce y las comunidades del Caño que se contempla desde los cristales de sus oficinas), con mucha desgana y pesar, la flamante oficina llena de arte en un edificio histórico cerca del viejo San Juan, que ocupaban desde tiempo inmemorial, para trasladarse a un espacio ampliado en el edificio de los de lado “de acá”, aquí en la infame Milla de Oro. Los del “lado de acá” toleraron a duras penas la invasión, y mantuvieron lo que pudieron el dominio sobre sus antiguos “haunts” (guaridas, lugares habituales).

Los del lado “de acá”, en tono “self-righteous” dicen que los del lado “de allá”, tienen costumbres de oficina de gobierno, ya que suelen abandonar desfachatadamente los trabajos a eso de las 5 pm, honran religiosamente los días festivos del calendario, y patrocinan las tradiciones oficinescas de nuestro país, tales como el “coffee break”. Los del lado de “aca”, tienen un airecillo de superioridad moral y profesional, usualmente no osan abandonar la oficina antes de las 6 o 7 pm y parecen enorgullecerse de lograr impresionantes hojas de facturación, que superen las 50 horas semanales. No es nada raro que alguno de los de lado “de acá” trabaje fin de semana o día feriado. El tono y estándares de trabajo lo sientan los jefes. El jefe de los del lado “de allá”, el licenciado M, es un señor alto de pelo largo canoso y aspecto jovial que según cuentan toda la vida ha sido un “bon vivant” de esos que bailan en las mesas después de cierta hora o cierto número de palos. Su talante no es demasiado formal, y su línea de trabajo, derecho laboral, en la estimación de algunos, no es nada que desafíe el intelecto jurídico (yo no me adhiero necesariamente a esa visión), y que requiere de no muchos conocimientos, por lo que alguién astuto y con habilidad para lidiar con las mafias de las uniones y los chismes de oficinas puede ser exitoso en ese ramo. Cuando está en la oficina, pues muchas veces según parece se encuentra por ahí “en mesas de negociación” (o viajando), el licenciado M trabaja en público, al lado del cubículo de su secretaria, dando pasos en el pasillo mientras le dicta “whatever” en voz alta, pues el pobre es de esa bién vieja escuela de abogados “technology impaired” que no saben ni prender la computadora y todavía dictan. Nunca cierra la puerta de su oficina, y no sé si lo hace sincera o hipócritamente, pero si se le cruza a uno en el pasillo, saluda y sonríe. No obstante, y le guardo un viejo “grudge” (resentimiento?), por que una vez sin explicación me bajó la facturación unilateralmente. Anyways, el licenciado M en la única reunión en que yo he participado y el se ha dirigido a nosotros, se sentó inclinando su silla bién para atrás y poniéndose las manos detrás de la cabeza, de modo que se le levantaba la guayabera para revelar su ombligo rodeado de pelos, el que se rascaba placenteramente mientras hablada, cosa que yo no pude captar nada de lo que dijo, tan hipnotizada estaba con su proceso rascatorio. Y ese es el jefe de los del lado “de allá”. Habrá mucho más que decir de todo ésto, pero por ahora este resumen bastará.

Los del lado “de acá”, al cuál yo pertenezco por designios incomprensibles deldestino, tienen dos jefes, el licenciado LS y licenciado JS, dos personajes que tendré el gusto de describir la próxima porque me tengo que ir a bañar para salir al trabajo.

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